QUE NADIE SE ATREVA A PROFANAR MIS REINOS.

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DURMIENTE


De la vida lo sabía todo y nada a la vez. Ella me enseñó que las estaciones son volubles y lo astros navegan con poca prudencia para morir en el mar cada doce horas. Las veces que la vi llorar fue por culpa de aquel extranjero que la olvidó en el balcón de las buganvilias, a pesar de haberle jurado que volvería. Cuando fue consciente de que él jamás regresaría puso tres candados en las rejas de su ventana, se sentó en la mecedora de su abuela y comenzó el viaje hacia las profundidades de su propio ser. Cerró los ojos para siempre y decidió nunca más despertar. Cada vez que regreso de una larga travesía la visito con la esperanza de que mis historias la retornen a nuestras charlas de domingo, pero todavía no he podido contarle nada asombroso que la saque de ese silencio azul. A veces creo percibir un ligero movimiento en ella cuando acaricio su rostro perfecto. Y en estos últimos tiempos he comenzado a cantarle canciones de cuna en dialectos antiguos a ver si con ellos logro romper su propio hechizo. Todo intento de traerla de vuelta ha sido en vano y a pesar que sé que me escucha, todavía no me hago a la idea de que estoy atrapada en la comisura de sus palabras sin pronunciar…

M.